Porqué el judaísmo está, espiritualmente, ascendiendo más que nunca.
El violinista en el tejado con el grito cuasi sagrado de “¡Tradición, tradición, tradición!” refleja una parte de lo que siento en mi pertenencia judía. Por otra parte, hay un elemento que desde hace tiempo me preocupa en el estereotipo judío que ofrece la obra: la exagerada sensación de nostalgia que produce haciéndonos creer que es esa época dorada del judaísmo a la que deberíamos regresar o preservar como modelo ideal cuando bien sabemos que nuestros antepasados soñaban con salir corriendo de ese tipo de vida.
El shtetl romántico e idealizado del violinista que todos hemos imaginado nunca existió como tal. Es producto de una novela hecha película y musical. En otras palabras, es una ficción. Existió pero no como lo imaginamos en la película y el musical. Prueba de eso es el judaísmo que hoy tenemos en el que nuestros antepasados decidieron abandonar esa vida y cambiar su preciada “tradición” para que tengamos un mejor futuro y un mejor judaísmo. Estoy convencido que gran parte de quienes abandonaron el shtetl se sentirían profundamente decepcionados si llegaran a pensar que nuestro deseo utópico del judaísmo pleno es volver al shtetl y al guetto algún día. La vida en el shtetl al igual que el guetto, era en realidad terriblemente miserable.
Pero hay un tema que me preocupa aún más y quisiera explorar en esta publicación: la comodidad identitaria que adormece el alma judía al pensarse como un judío del shtetl. Esta imagen idealizada y romántica de Tevie el lechero (el personaje central de la obra) no invita a esa alma a creer y desarrollarse como la tradición espera de uno. Por el contrario, asumir el escenario del violinista en el tejado como lo ideal es una forma de decirse a uno mismo “eso es lo que somos, esa es nuestra historia, de ahí venimos, esas son nuestras costumbres verdaderas y ahora somos un poco diferentes o estamos peor”. Lo que hace finalmente el asumir toda esta ficción estereotipada como realidad absoluta del judaísmo es por un lado adormecer la búsqueda del judaísmo que refleje la fidelidad de nuestro tiempo (recordemos que Maimonides nunca vivió el judaísmo de Rabbi Akiva y Rabbi Akiva nunca vivió el judaísmo del sacrificio de animales, sino que cada uno de ellos vivió su propio judaísmo) y por otro lado sirve como impermeable para quienes se escudan en un judaísmo idealizado en el que debemos permanecer eternamente en el shtetl imaginario, lo cual sería hacer algo nuevo y muy poco tradicional en la historia judía.
Todo tiempo pasado fue…pasado.
Lo que hay detrás de todo esto es algo aún más profundo: la proyección idealizada en la cual “todo pasado judío fue siempre mejor y más auténtico”. Esto genera otra ficción en la idea errada que nos induce a pensar que el verdadero judaísmo está en otra parte, en otro tiempo y en otro lugar, pero nunca jamás en el judaísmo que nosotros estamos viviendo. Esta posición siempre me ha incomodado hasta las tripas. Respeto profundamente la antigüedad y me paso el día entero contagiándome con la sabiduría de los textos antiguos, medievales, pre-modernos y modernos del judaísmo. Es por eso que estoy convencido que no hay nada más infiel al judaísmo que intentar vivirlo como si no correspondiera con nuestro tiempo. Cada texto judío que leo refleja una fotografía de una larga película. Una fotografía de una época, de un contexto, de una verdad profunda de ese momento. Pero ninguna foto por sí sola completa toda la película. No hay ningún texto, ningún rabino ni tampoco ningún período que contenga la totalidad perfecta. La totalidad es la sumatoria compleja de la diversidad.
Entonces, ¿cómo hacemos para vivir fielmente el judaísmo del presente cuando estamos tan enraizados en el pasado? Para responder esta pregunta debemos volver a los textos judíos porque toda argumentación judía no puede surgir del subjetivismo y la opinión sin mekorot (fuentes), sino que debe partir de los textos que los judíos mismos consideramos como autoritarios. En la tradición judía los textos son anclas y alas, puntos de aterrizaje y despegue al mismo tiempo. Sin un texto judío que todos consideramos relevante y que podamos citar como representante de nuestra tradición, no hay forma de conversar.
Necesitamos explorar el cambio y la tradición si queremos en esta vida vivir un judaísmo pleno de sentido. Necesitamos hacerlo no solamente por nuestra propia espiritualidad sino por respeto a nuestros antepasados y como esperanza a las generaciones que siguen. En extensión, responder esta pregunta no solamente lidia con lo judío sino con la totalidad nuestras vidas: ¿cuánto de lo que pienso y hago en mi vida debe continuar y cuánto debo cambiar? ¿Cómo combino mi herencia y mi presente y qué pasa cuando entran en tensión? ¿Qué dice el judaísmo de todo esto?
Yeridat Hadorot, el declive de las generaciones
En el Talmud (Shabat 112b) leemos que: “R. Zera dijo en nombre de Raba bar Zimuna: si los primeros eruditos eran hijos de ángeles, nosotros somos hijos de hombres; y si los estudiosos anteriores fueron hijos de hombres, nosotros somos como burros…” Este texto es tomado en forma tendenciosa por algunos judíos para argumentar una de las ideas más peligrosas, radioactivas y que tienen la menor esperanza en el pueblo judío y Dios. Se la conoce como yeridat hadorot, literalmente “el declive de las generaciones”. La idea que propone es que todos aquellos que vinieron antes que nosotros eran mejor que nosotros. Nosotros somos mucho menos que ellos. Estamos cada vez más lejos de poder revivir momentos parecidos a la Revelación de la Tora en el Sinaí y por lo tanto el mundo está cada día peor y alejándose de la vida espiritual y la conexión con Dios.
Esta idea se refuerza en la Tora (Devarim 32:7) que dice: “Pregúntale a tu padre, él te informará, tus ancianos, ellos te lo dirán.” Es decir, los que vivieron antes saben qué hacer y tú no lo sabes. Esta posición es de una comodidad extrema. Si bien es necesaria la humildad para entender que quien ha vivido antes que yo tiene más experiencia que yo, es tenebroso y de poca fe creer que Dios quiere que el mundo se vuelva cada vez peor y que las generaciones vayan declinando y sepan cada vez menos. Si uno creyera esto de verdad sería torturador quien decide traer hijos al mundo. Ningún padre respondería que trae hijos para que sean ellos peor de lo que fui yo y sepan que van a entender menos Tora que yo. ¡Todo lo contrario!
¿Entonces estamos obligados a creer que esto que dice el Talmud apoyándose en la Tora es la única verdad? ¿Es cierto que el mundo está cada vez peor y que cada generación es espiritualmente inferior que la anterior? En nombre de está idea tortuosa se esconde otro miedo profundo. Es el miedo a realmente profundizar en uno mismo y su relación con Dios, la Tora e Israel en forma esperanzadora y entusiasta. Creer que estamos cada vez peor es una forma débil y simple de escape bajo el insensato argumento que nos dice que la vida ha empeorado cuando sabemos con hechos concretos que no es así.
Recomiendo la siguiente charla TED por Steven Pinker (se le puede poner subtítulos en español) para aprender con hechos reales y concretos que el mundo de hoy y nuestra calidad de vida es superior a todo lo que tenemos registro histórico:
Teológicamente detrás de este argumento que el mundo, la vida y el judaísmo mismo está en declive se esconde otra idea que aborrezco: aquella que precisa convencernos que el mundo está peor para generar fe a través del miedo a corto plazo. Muchos creen que la fe precisa de lo roto, lo imperfecto y lo fatídico para tener sentido. Varias veces me preguntan, “¿Acaso no ves que las cosas están cada vez peor?” Mi respuesta es “absolutamente no”. Este fatalismo judío se traduce en la siguiente frase repetida sin sentido: “el judaísmo está por desaparecer (¡acompañado del grito que venga el Mesías ahora!)”. Mi fe no puede sustanciarse en que el mundo está cada vez peor y por eso debería llegar la salvación final. Decir eso y creer eso es no tener esperanza en Dios sino creer que Dios ha hecho este mundo junto a mis seres queridos una tragedia. Yo no creo eso. El judaísmo no cree eso. Por el contrario, el mundo de hoy no es perfecto (nunca lo fue y nunca lo será) pero sin dudas mi calidad de vida es, gracias a Dios, mucho mejor que la de mis antepasados en el shtetl y el guetto (y ni hablar en la Edad Media o la Antigüedad). Así rezo para que la vida de mis hijos y las siguientes generaciones sea incluso mejor que la mía. Pero lo más importante no es lo que digo yo sino esta misma idea que aparece en la Tora y lo expresaron los rabinos hace ya miles de años. Veamos eso a continuación.
El mito del declive y que estamos peor que antes
En la Tora misma, unos versículos antes en Devarim 17:8 leemos: “Presenta tu caso a los levitas y al juez que está en el cargo en ese momento.” Los Rabinos del Talmud se preguntan, “¿qué significa ‘en ese momento’? ¿Acaso deberíamos viajar atrás en el tiempo y preguntarle a los levitas y jueces de ‘ese momento’ y no el de ahora? ¿Cómo hacemos para cumplir este mandato?” La respuesta la encontramos en la propia tradición rabínica antigua en la que leemos en Sifrei Devarim Shoftim 153: “Rabi Yosi el Galileo: ¿Puede ser concebido eso que aparecerá una persona ante un juez que no es de su tiempo? Más bien, el significado es: un juez que es digno y quien es reconocido en ese momento.” Rabi Yosi está de esta forma dándole legitimidad a quienes se encuentran en su propia generación para poder liderar con autoridad.
En el Talmud (Rosh Hashana 25b) esta misma idea es reforzada: “Yiftaj en su generación es como Shmuel en su generación. Para enseñarte que incluso el más insignificante de lo insignificante que ha sido nombrado líder sobre la comunidad, es como el más distinguido de los distinguidos.” No hay escapatoria a esta frase del Talmud que nos enseña que incluso si el líder no está a la altura de lo que esperamos o es peor que los anteriores debemos respetarlo.
En el Sefer HaIekarim 3:23, un compendio de halaja escrito por Iosef Albo (1380-1444), leemos: “Es imposible para la Torá de Dios haber cubierto todos los casos posibles que habrían de surgir, porque las nuevas situaciones que surgen constantemente en los asuntos humanos, en la ley, y como resultado del emprendimiento humano son tantos que un solo libro no puede abarcarlos. Por lo tanto, los principios generales que la Tora sólo sugiere brevemente, fueron revelados oralmente a Moshé en el Sinaí para que las autoridades halájicas de cada generación las usaran para derivar nuevas leyes.” El Talmud refuerza esta idea en Bava Batra 12a, “Rabi Avdimi de Haifa dijo: Desde el día que el templo fue destruido, la profecía se perdió a los profetas y fue entregada a los sabios…Ameimar agregó: De hecho, un sabio es superior a un profeta.” Esto que parece negativo es absolutamente dado vuelta. El profeta tiene que esperar pasivamente que Dios le hable para recibir instrucciones. Los sabios inician la conversación con Dios y establecen qué es lo que hay que hacer. Volverse un sabio es más elevado que esperar que a uno le toque ser un profeta.
Si esto no es suficiente, el Rema (1530-1572), el rabino ashkenazí más importante de su generación que dejó sus comentarios al Shuljan Aruj de Iosef Caro, escribe en Joshen Mishpat 25:2 “En todos los casos donde se vean los registros de las autoridades anteriores y estas sean bien conocidas, si las autoridades posteriores no están de acuerdo con ellos…seguimos la opinión de las autoridades posteriores.” Esto es lo que se conoce en arameo como הלכתא כבתראי, hiljata kebatrai (la halaja sigue a la última autoridad).
Ser fiel al presente es ser fiel al pasado
En la introducción de Tosafot a Iom Tov leemos, “Aunque existe una completa interpretación de la Tora y sus mandamientos, no hay generación en la que algo nuevo no se ha agregado y que posee sus propios problemas legales. No me contradigas señalando el dicho rabínico que Dios mostró a Moisés las minucias de la Tora y las minucias de los escribas y de las innovaciones que serían introducidas por los escribas [referencia a Devarim 9:10 y su comentario en Meguila 19b], porque digo que esto no fue entregado por Moisés a cualquier otra persona. Un examen cuidadoso del dicho rabínico muestra que se refieren a Dios “mostrando” a Moisés y no “enseñando” o “entregando” algo…Al usar la palabra “mostrando” explicaron que estas enseñanzas fueron reveladas a Moisés, pero no fueron “dadas” a él. Es como un hombre que “muestra” a su amigo un objeto pero no se lo da.” Lo que esto significa es que Dios le mostró a Moisés la capacidad de develar, de quitar el velo para encontrar parte del misterio, de descubrir, de llegar al insight, la percepción. Pero no le entregó un paquete cerrado sino una obra abierta y las herramientas para abrir el camino.
Lo que finalmente vemos es que estamos frente una tensión profunda. No hay dudas que el judaísmo contiene dentro de su sistema un punto de tensión continuo que no se resuelve. Esta es la polaridad entre yeridat hadorot e hiljata kebatrai, entre el declive de las generaciones y lo contemporáneo que no es solamente temporáneo sino que también posee eternidad. A pesar de todo lo nuevo y los cambios de la vida, muchos de nosotros tenemos nostalgia de ciertas cosas que quisiéramos permanezcan siempre así. No queremos que absolutamente todo cambie en nuestra vida. En la tradición judía si todo es nuevo nos perdemos las raíces. Y si solamente nos quedamos en lo antiguo intentando vivir un judaísmo de otro período nos volvemos irrelevantes y cosificamos el Etz Jaim, el árbol de vida que es la tradición. Hay por lo tanto una tensión continua e irresoluta eternamente incrustada dentro del sistema de interpretación judío.
En conclusión, cada cosa judía que hacemos tiene que sentirse como parte de un continuo directo que destila desde la misma experiencia en el Sinaí. Tiene que tener esa sensación cálida de verdad que emerge desde ese “instante o momento de Revelación original” que aún continúa como un destello de un diálogo inconcluso. Así debemos percibir el aquí y ahora con el mismo nivel de sacralidad que anticipa la llegada del Mesías en cualquier momento. Cada segundo debemos preguntarnos si en nuestra vida estamos al mismo tiempo siendo fieles al pasado y al futuro mesiánico. No hay dudas que una persona de baja estatura subida a los hombros de una persona de mayor estatura verá siempre más allá sin importar la altura del más alto. Nosotros estamos subidos sobre gigantes. Por lo tanto vemos más pero sería imposible hacerlo sino fuera por ellos.
Tevie el lechero, el personaje central del violinista en el tejado, dice, “sin la tradición nuestras vidas serían tan frágiles como un violinista caminando sobre un tejado”. Es cierto. Pero si sólo quedamos enquistados en el pasado como tradición no podremos ni siquiera caminar sobre el tejado. Sin embargo, si logramos en un mismo suspiro encontrar el pasado con el presente y ser fiel a ambos al mismo tiempo entonces no estaremos preocupados si podemos caminar en el tejado porque seremos nosotros mismos el tejado que sostiene a quienes caminan por el mismo.
*Esta publicación y las fuentes presentadas está inspirada en la presentación “Beyond Fiddler on the Roof” del Rabino David Levin-Kruss
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