Por Tzvi Jacobs

“¿Estas buscando a un judío? Creo que el cocinero en el restaurante es de origen judíos”
Corría el mes de Marzo de 1972, cuando sonó el teléfono en el hogar de Rabi Itzjak Vorst, uno de los Rabinos de Lubavitch en Europa. En la línea hablaba el secretario del Rebe, desde Brooklyn, Nueva York. “El Rebe desea que tomes tres Matzot y se las entregues a un judío que vive en determinado pueblo de Holanda”, – le dijo. No hubo mención referente a quién era ese “judío”, pensó. Sin cuestionar, el Rabino tomó las tres Matzot y comenzó su viaje. Llegó al pueblo y comenzó a averiguar sobre los judíos en el vecindario. Para su gran sorpresa, cada uno encogía sus hombros diciéndole que no habitaban judíos en el área. Rabi Itzjak fue de casa en casa, en cada una recibía idéntica respuesta: “en este pueblo no conozco judíos”.
Algún otro, hubiese asumido que se trataba de un error. Pero este pensamiento ni siquiera pasó por la cabeza de este hombre. En este tipo de temas no existen confusiones. Continuó la búsqueda de los habitantes del lugar. ¿Dónde estaba este judío? A pesar de todos los esfuerzos, no tenía ninguna pista. Cuando oscureció, decidió pasar la noche en el pueblo y continuar su búsqueda al día siguiente.
Por la mañana, durante sus Plegarias, Rabi Itzjak rogó a Di-s por ayuda para encontrar al judío y poder concretar la misión por la cual estaba allí. Con renovadas esperanzas, retomó su investigación en el pueblo donde el judío debía ser encontrado. Finalmente mientras conversaba con un anciano lugareño, el hombre lo conmovió diciéndole: “¿Estas buscando a un judío? Creo que el cocinero en el restaurante es de origen judío.” Apurándose al restaurante, Rabi Itzjak pidió hablar con el cocinero. El hombre salió de la cocina y al verlo se quedó paralizado. Entonces rompió en un llanto incontrolable. “No lo puedo creer…debe ser un sueño”, sus labios murmuraron. Habiéndose calmado un poco, comenzó con su relato.
“Yo nací en este pueblo, donde vivían pocos pero fieles judíos. La Segunda Guerra Mundial estalló cuando era un niño y toda mi familia, – como todos los otros judíos del pueblo – fueron asesinados. Quedé solo en el mundo. Mi vida fue salvada por una persona del pueblo que me escondió en su casa. “Yo traté de ocultar mis orígenes después de eso y me alegró saber que las personas del lugar se olvidaron sobre mi judaísmo. Secretamente traté de seguir cumpliendo algunas Mitzvot (preceptos).” Así transcurrió el tiempo. Ya van treinta años que trabajo en este restaurante. Nunca me casé pues no hay mujeres judías aquí. No tengo parientes ni hijos a mi cargo. Mi vida es una gran soledad.
“Últimamente estaba muy angustiado. Hace exactamente dos semanas, estallé y le clamé amargamente a Di-s, “Amo del Universo! No puedo continuar así. Si Tú quieres que continúe mi vida como judío, por favor, dame una señal, algo. Si en dos semanas no hay señal, iré al sacerdote y renunciaré a mi religión. “Los días transcurrieron uno tras otro”,- sigue el cocinero con lágrimas -. “Cada noche empapaba mi almohada con lágrimas, pues otro día se había ido sin señales”. “Ayer era el anteúltimo día. No te puedes imaginar cómo pasé la noche. Yo lloré casi toda la noche y solo el cansancio me hizo dormir. Estaba seguro que el final se acercaba. Hoy iba a convertirme. Y de repente, apareciste tú, como un ángel”.
El Rabino Vorst prestó atención a la historia con gran emoción. En ese momento entendió porqué el Rebe lo envió en una misión de dar tres Matzot en un lejano e inhóspito pueblo.