
Todos tenemos arraigado saberes o conclusiones irrefutables sobre la vida que hemos ido adquiriendo. Nos convencemos con el paso del tiempo que las cosas “son así”. Nos decimos “esto yo ya lo vivi, ya lo sé”. Concluimos así que cualquiera que piensa las cosas bien (es decir, que las piensa igual que nosotros) probablemente estaría de acuerdo en cómo las cosas realmente son en la vida (es decir, como nosotros creemos que son también).
Estos saberes sobre “como la vida y las cosas son” las absorbemos de nuestras familias, amigos, maestros y la información que hemos experimentado en todo tipo de formato. Cada una de estas personas que nos influencian de una forma u otra también han absorbido sus saberes de otros. Y si bien todo este saber depende del lugar y el tiempo que a cada uno le toca vivir, es notable lo simplista que eventualmente somos y lo rápido que creemos tener siempre la razón -o peor aún LA Verdad- de cómo las cosas son o deberían ser. No es casualidad que muchos de nosotros nos pasamos la vida leyendo autores, escuchando maestros, siguiendo rabinos y leyendo textos que no hacen más que reforzar y validar lo que ya creemos en lugar de desafiarnos leyendo aquello que nos contradice para mejorar nuestros argumentos.
Mis estudios más profundos me demuestran cada día más que la Tora se encarga una y otra vez de derribar absolutos y verdades totalitarias que tenemos todos. Lo hace para ayudarnos a refinar nuestro carácter y nuestro ser en esta vida. Si bien la Tora tiene una narrativa de carácter mitológico con serpientes y animales que hablan, embarcaciones gigantes en la que conviven animales salvajes con seres humanos en paz durante un diluvio, seres gigantes y personas que viven casi mil años, también es profundamente anti-mítica. Por ejemplo, en los tiempos de Abraham era común que los padres sacrifiquen a sus hijos y la narrativa de la Tora es revolucionaria en su propio contexto histórico instituyendo que hacer eso es inmoral ya que al final Dios cancela la tensión generada con el supuesto sacrificio de Itzjak que nunca sucede.
Esto último significa que la Tora toma narrativas mitológicas y las transforma humanizándolas e imprimiendo un componente ético espiritual que es magistral. La Tora se encarga de ser contra-intuitiva constantemente para dejarnos la enseñanza más importante del judaísmo: evitemos la idolatría. La tradición judía estableció hace miles de años que la idolatría y transgresión más grande es la fijación de verdades como incuestionables. Cuando decimos “esto es así y no se discute más” acabamos de cometer una gran transgresión. Acabamos de convertir un pensamiento o idea en un ídolo fijo e incuestionable alejándonos de la dialéctica de los rabinos del Talmud y los comentarios a la Tora misma. Veamos un primer ejemplo de lo peligroso de la idolatría de ideas y la funcionalidad contra-intuitiva desde la Tora para comprender finalmente una lección contra-intuitiva que aprendí este año.
El judaísmo celebra que no todos tiremos para el mismo lado
La narrativa de la Torre de Babel es un un claro ejemplo de una mitología contra-intuitiva. Su objetivo como narración es enseñarnos una verdad opuesta a la que uno espera o intuye al leerla. Si lo recuerdan, según la Tora hubo un momento que todas las personas del mundo se unieron para hacer una cosa en conjunto y eso fue construir una Torre. Se unificaron así en una sola verdad. Metafóricamente hablando esto es lo que muchas personas dicen que deberíamos hacer para que el mundo y todo lo que nos rodea alcance esa era mesiánica: que todos estemos unidos tirando para el mismo lado. Hay quienes piensan que así debería ser el judaísmo y yo me pregunto, ¿están leyendo la misma Tora que leo yo?
Porque cuando Dios mira este emprendimiento de la Torre que construye la humanidad decide esparcirlos y confundirlos otorgándoles diferentes lenguajes para que no puedan entenderse mutuamente. La moraleja de esta historia parecería no tener sentido en tanto lo que hemos hecho como humanidad por el resto de la historia. Hemos intentado deshacer lo que Dios hizo con el episodio de la Torre de Babel una y otra vez sin entender la lección de la Tora. El mundo cada vez más globalizado y homogeneizado de la modernidad está intentado ver cómo podemos hacer para superar la diversidad con el objetivo de alcanzar una verdad absoluta que todos crean por igual. Por eso y paradójicamente sí todos los judíos hiciéramos lo mismo no sería tradicionalmente judío sino una nueva religión.
Hay un mensaje fundamental detrás de esta narrativa: las diferencias son buenas. La diversidad de tradiciones culturales tanto adentro como afuera de la tradición judía no debería ser algo que nos preocupa o nos hace sentir menos seguros de nuestras creencias y prácticas elegidas. Es maravilloso que existan las diferencias porque sino no sabríamos qué constituye al judaísmo como una práctica diferente a las demás. Muchas prácticas judías son definidas como “que no parezca como lo hacen los gentiles”. Si no estuvieran “los gentiles” ¡no podríamos definirlas! Por eso que los judíos tengamos entre nosotros mismos distintas maneras de hacer las cosas, diversas comidas, melodías y aproximaciones hacia nuestros textos y nuestra tradición es algo bueno. Que existan numerosas religiones muy distintas en el mundo es algo positivo y de hecho siempre ha sido así. Al menos eso es lo que nos enseña este texto sagrado en la narrativa contra-intuitiva y eterna de la Torre de Babel.
No vayas tras tu corazón
Finalmente la lección contra-intuitiva que aprendí este año aparece en el tercer párrafo del Shema que los judíos recitamos todos los días dos veces por día. El texto nos instruye sobre el uso de tzitzit (los flecos y nudos que cuelgan del talit) y nos recuerda que debemos observarlos para recordar y poner en práctica las mitzvot (mandamientos) para “no ir tras tu corazón y tras tus ojos” (Bamidbar 15:39). Algo llama la atención de RaShi, el comentarista judío por excelencia quien escribe, “el ojo ve y el corazón desea”. Sin embargo la Tora lo presenta literalmente escrito al revés: la indicación es primero no ir tras el corazón y segundo no ir tras lo que los ojos ven. En otras palabras, ¡la predisposición genera el deseo y no al revés!
Nuevamente estamos frente a una lección contra-intuitiva. Estudiando el texto en comunidad una persona muy querida de nuestro minian me recordó que el corazón es el primer órgano que se forma en el ser humano. El corazón es el instinto más visceral. El generador más profundo del deseo. Al vivir en una sociedad que nos sugiere seguir siempre el corazón que no falla, la Tora nos dice ¡no vayas tras tu corazón sino entrénalo para que no te domine! No actúes como una criatura que no tiene capacidad crítica para pensar y evaluar las consecuencias morales de su existencia y como su acción o inacción se replica en el mundo. Trabaja tu predisposición emocional interna para generar deseos nobles ante tus ojos en lugar de satisfacer tu voracidad humana dejándote llevar por la tentación de lo que se te aparece. Es más, ¡lo que se te aparece es producto de tu corazón y no de tus ojos!
En el sentido más práctico, si el corazón no está entrenado los ojos pueden hacernos ver cosas que no queremos ni necesitamos ver. Pero si el corazón ha sido trabajado nuestros ojos ni siquiera verán lo que no deben ni pueden ver. Una vez más, la invitación contra-intuitiva de la Tora es no satisfacernos con simplemente experimentar y ser sino intentar esforzarnos para ser aún más de lo natural que pensamos que somos.
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