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En respuesta a la decisión del Tribunal Superior de Israel sobre conversiones no ortodoxas

13 Mar
por Rabino Dr. Nathan Lopes Cardozo

¿Qué hace que una persona sea judía? ¿Nacer de una madre judía? ¿Convertirse al judaísmo? Realmente no. Es vivir según el orden espiritual del judaísmo lo que hace a uno judío; un orden que nos alcanza a través de los judíos del pasado, con los judíos del presente y con los del futuro. Somos judíos/as cuando elegimos serlo; cuando hemos descubierto el judaísmo por nuestra propia cuenta; a través de nuestra búsqueda de lo sagrado; cuando nos embarcamos en la lucha espiritual de nunca acabar para encontrar a Dios, entonces nos damos cuenta de que el mundo necesita una conciencia moral y llevamos esa gran carga para salvar al mundo y proporcionarle una misión.

Uno se vuelve un poco más judío cuando se da cuenta de que no puede haber naturaleza sin espíritu y que no hay neutralidad en asuntos de conciencia moral. Pero todo esto no es suficiente. Tenemos un largo camino por recorrer antes de convertirnos en judíos por pleno derecho. Debemos reconocer lo noble que está en el lugar común; dotar al mundo de una majestuosa belleza; reconocer que la humanidad no ha sido la misma desde que Dios nos abrumó en el Sinaí; y aceptar que la humanidad sin el Sinaí no es viable.

Para crear en nosotros vibraciones judías, necesitamos ver el mundo sub specie aeternitatis (desde la perspectiva de la eternidad). Debemos ser capaces de salirnos de la caja de nuestras pequeñas vidas y mantener la visión cósmica, sin perder al mismo tiempo el suelo que está bajo nuestros pies. Logramos esto, no escapándonos de nuestros esfuerzos triviales del día a día mediante la negación o declarando que no tienen importancia, sino ocupándonos de ellos y utilizándolos como grandes oportunidades para crecer. De esta manera se santifican. A medida que uno descubre esto con esmero, poco a poco se convierte en judío.

Algunos de nosotros tenemos que luchar para lograrlo, otros parecen haber nacido con eso. Poseen una misteriosa alma judía que nadie puede identificar, pero que todos reconocen. Tiene algo que ver con el destino, ciertos sentimientos que nadie puede verbalizar. Lo que está en juego es la interiorización del pacto entre Dios, Avraham y, más tarde, el Sinaí. Está en la sangre de uno incluso cuando uno no es religioso. Murmura de las olas más allá de la orilla de nuestras almas y se apodera de nuestro propio ser, expandiendo nuestro judaísmo dondequiera que vayamos.

La mayoría de los judíos “lo tienen”, pero también algunos que no son judíos “lo tienen”. Es completamente auténtico. Son tocados por “esto” como sucede con cada parte del cuerpo que es tocada por el agua al nadar, sus moléculas penetrando cada fibra de nuestro ser. Nada ni nadie puede negarlo.

Estos son los auténticos judíos, pero no todos pertenecen al pueblo de Israel. Algunos son gentiles con padres gentiles; otros son hijos de matrimonios mixtos. Si quisieran unirse al pueblo judío, tendrían que convertirse de acuerdo con la Halajá, aunque han sido “judíos del alma” desde su nacimiento.

Pero, ¿por qué todavía no son judíos en pleno derecho, sin el requisito de convertirse? ¡Todos los ingredientes están presentes! ¿Por qué la necesidad del componente biológico de una madre judía o el acto físico de sumergirse en una mikva (baño ritual)?

La razón debe ser que la Halajá no solo se atiende el asunto de la autenticidad religiosa y la composición del alma.  Es un asunto donde también se atiende lo que es la realidad de la vida, una donde caminamos con los pies bien puestos en la tierra. Este nivel de consciencia nos plantea una pregunta muy importante: ¿Cómo reconoceremos quién es judío y quién no? ¿Podemos leer el alma de alguien? ¿Cómo alguien puede saber con certeza si es realmente judío? ¿Se puede leer la propia alma y percibirla? ¿Cómo sabemos que nuestra autenticidad judía es genuina?

El mundo es una mezcla compleja entre lo ideal y lo práctico, donde la autenticidad fácilmente puede confundirse con la pretensión, sin saberlo. Vivir la propia vida significa vivir de una manera en la que la constitución física y el espíritu interior del ser humano interactúan, pero también chocan. Hay un pandemonio total cuando solo reina lo ideal mientras se decide ignorar lo realista y lo viable.

La tensión, incluso la contradicción, entre lo ideal y lo factible es el gran desafío para la Halajá. Por lo tanto, necesita hacer concesiones: ¿cuánto de autenticidad y cuánto de realismo? ¿Cuánto debería funcionar de acuerdo con el sueño y el espíritu, y cuánto en deferencia a las necesidades de nuestro mundo físico?

Por mucho que a la Halajá le gustaría otorgar el dominio total a lo ideal, debe comprometerse a ceder a reglas indispensables que permiten que el mundo funcione. Así como debe aceptar la autenticidad versus la conformidad, también debe lidiar con el judaísmo auténtico y la necesidad de establecer parámetros externos, e incluso biológicos para definir la identidad judía. Y aquí también habrá víctimas y desagradables consecuencias.

Algunos con “alma judía” pagarán el precio y serán identificados como no judíos, a pesar del hecho de que a la Halajá “ideal” le hubiera gustado incluirlos. Por desafortunado que sea, la Halajá a veces debe comprometer la cualidad de “alma judía” de un individuo, que por causa de estas reglas, no puede ser reconocido como judío. Si no aplicamos estos imperativos, reinaría el caos.

Pero hay más que esto. Es necesario que haya una nación de Israel, una entidad física capaz de llevar el mensaje del judaísmo al mundo. Todos los miembros de esta nación deben tener una experiencia histórica común que haya afectado su estructura espiritual y emocional. Es necesario que haya “experiencias de raíz”, como las llama Emil Fackenheim, como el Éxodo de Egipto, el cruce del Mar Rojo y la revelación del Sinaí. El impacto de estos eventos hizo que este pueblo se convirtiera en una nación de la forma más inusual, una nación lista para conquistar el mundo y transformarlo. Para que los judíos envíen su mensaje al mundo, necesitan tener una experiencia histórica, como familia y luego como nación, en la que las personas hereden un compromiso con una forma de vida específica, incluso cuando algunos de sus miembros se opongan a ello.

El hecho de que el judaísmo permita que los forasteros se unan, aunque no fueron parte de esta experiencia, no solo es maravilloso, sino algo donde también se reconoce el hecho de que no todas las almas necesitan estas experiencias fundamentales para convertirse en judías. Tienen otras cualidades que son igualmente poderosas y transformadoras, que les permiten convertirse, siempre y cuando sean absorbidas en un grupo medular fuerte, uno cuya identidad misma está incrustada en estas experiencias fundamentales.

En términos de un ideal religioso puro y sin concesiones, esto significa que algunos judíos no deberían ser judíos y algunos no judíos deberían ser judíos. Después de todo, la autenticidad no se puede heredar; solo puede nutrirse. Idealmente, sólo aquellos/as que asumen conscientemente la misión judía, por consecuencia deben ser considerados judíos. Si no fuera por la necesidad de un pueblo judío, hubiera sido mejor opción tener una comunidad de fe judía donde la gente pueda ir y venir dependiendo de su voluntad para comprometerse con la forma religiosa judía y su misión, algo similar al cómo se comportan otras religiones.

Entonces, las demandas de la Halajá crean víctimas cuando algunos con “alma judía” quedan fuera del redil, como es el caso de los hijos de matrimonios mixtos que tienen madres no judías, o hijos de abuelos judíos pero padres no judíos. De manera similar, puede haber gentiles que tengan almas judías pero no antepasados ​​judíos en absoluto. Todas estas son víctimas.

Este es el precio que debemos pagar por causa de la tensión que existe entre el ideal y la necesidad de cumplimiento; entre la paradoja del espíritu y la ley. Que la Halajá incluso permita que cualquier no judío se convierta en judío mediante la conversión adecuada es una expresión muy poderosa de su humanidad. De hecho, es un milagro.

Probablemente hay miles de millones de personas que son “almas judías” con todo derecho, pero no lo saben, y muy probablemente nunca lo sabrán. Quizás sean estos judíos los que Dios tenía en mente cuando bendijo a Abraham y le dijo que él sería el padre de todas las naciones y que sus descendientes serían tan numerosos como las estrellas en el cielo y los granos de arena en la orilla del mar.

Trataré otros aspectos de este tema en el ensayo de la próxima semana.

Según tomado de, Thought to Ponder: Halachic Jews and Soul Jews (campaign-archive.com)

Traducido por drigs, CEJSPR

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Posted by on March 13, 2021 in Uncategorized

 

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